La «Teoría de la novela» de la dama Murasaki

Murasaki Shibuku, dama de la corte Heian, en Japón, allá por el siglo X, está considerada con justicia una de las grandes novelistas de la literatura universal, a la altura de Cervantes, Tolstoi o Proust, con quién tan a menudo se la empareja. Pero goza sobre ellos de la ventaja de que su obra, La historia del resplandeciente príncipe Genji, antecede en varios siglos a la novela europea. Que la primera de los novelistas universales (ya conscientes de estar escribiendo un género específico), fuera una mujer, es justicia poética y revela el nexo que hay entre el género novelesco y la alfabetización de las mujeres y su incorporación al mundo o mercado literario como lectoras. Esta condición se daba en el reducido y exquisito mundo de la nobleza Heian: la dama Murasaki escribe para otras damas como ella, que constituyen su público principal. Esta feliz anomalía se veía favorecida por el hecho de que en un Japón donde todavía no había ceremonia del té, ni geishas ni, sobre todo, samurais, el chino era la lengua culta, como el latín por entonces y hasta mucha después en Europa, y sólo las mujeres escribían en japonés, lengua vulgar, vernácula. De esa relación entre «lectoras» y novelas, como de ésta maravillosa de Genji ya diré más en otras ocasiones. En ésta me interesa comentar que Murasaki es tan consciente de estar escribiendo específicamente una novela que, como Cervantes cuando la inauguró como género en Europa, desliza una teoría de la ficción narrativa en su propia obra.

Está en el cap. XXV, titulado Las luciérnagas por un incidente mínimo en la narración. Genji quiere que uno de sus amigos contemple a una de sus damas, pero esos encuentros se celebraban a través de una especie de cortina que no dejaba contemplar de la señora más que la silueta en sombras. Para salvar este inconveniente Genji, que tiene luciérnagas atrapadas en un saquito, las suelta en torno a la dama y a esa luz es como puede contemplarla el caballero. Quizás por lo novelesco, y tal vez imaginario, del asunto, algunas páginas después Genji conversa con esa misma dama acerca de la lectura de historias de ficción, a las que es muy aficionada. Dice Murasaki, por boca del Resplandeciente, que si emociones y aventuras están tejidas y narradas con destreza, resulta perfectamente posible al tiempo saber que todo eso no más que producto de la invención de un autor y sentirse sin embargo conmovido o arrastrado por el interés de la historia. De modo que acaba uno sufriendo por la penas que debe soportar una princesa… que no existe. El dominio del lenguaje de los grandes autores hacen que borremos nuestra incredulidad primera, que la suspendamos como se dice ahora. Señala ademas Murasaki algo no suficientemente advertido, en contraposición con la historia (las Crónicas de Japón, pone como ejemplo), que sólo nos deja ver del cuadro un aspecto general, las novelas están llenas de detalles de cada momento. Llevando aún más allá su reflexión nos dice que el autor no habla de personajes de carne y hueso, reales, con una vida detrás, sino que habiendo conocido multitud de gentes lo reelabora todo y lo pone por escrito a su manera, aunque siempre con atributos que existen en el mundo real, para que otros puedan participar y aprender de ello. Encuentra la razón última de la novela en dar una visión completa de la naturaleza humana, alejada de la mera hagiografía. Por eso más que embustes o que los escritores sean no más que mentirosos excepcionales, las novelas le parecen como las “verdades modificadas” o “parábolas” del budismo. 

 

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